domingo, 12 de abril de 2009

Una promesa


Oh, madre!, no desesperes que voy a regresar, y cuando sientas un grito con tu nombre, al amanecer, y una silueta que va entrando por el camino que conduce a casa, espero que me esperes con la torta que sabes que tanto me gusta y que siempre me ha gustado, como tus manos saben hacerla.
No te asustes si tardo, no es fácil; comprendeme. Es toda una meta para mi, para mi fortaleza, para mi humanidad. Cada uno debe pasar por distintos fragmentos de vida, donde la naturaleza vital vuelva a entrar en contacto con el ser humano primitivo que fuimos.
Grandes, madre, grandes son las esperanzas de esta aventura y pequeños serán mis pasos para caminar, para saborear cada paso que doy, para explorar esa vitalidad pura y sin smog que esta realidad nos ofrece cada mañana.
Y es así, madre, que necesito de esta conexión conmigo misma, para saber quién soy en realidad, y detenerme un poco, porque esta vida de cambios repentinos, rápidos, no es para mi. Y lo siento, puedo sentirlo. Lo fue, hasta que me di cuenta que ya no podía seguir el ritmo de esta ciudad ruidosa, estresada y triste.
Y cuando vuelva, tendré tantas cosas para contarte, madre, que no me alcanzaran las aguas para humedecer mi boca cada vez que me raspe la sequedad de mi garganta. Sé que te quedarás atónita, te reirás, te emocionarás, como yo lo haré también. Todo lo iré anotando en cuadernos, para no olvidar nada. Quiero que sientas ese viaje tanto como yo lo pueda sentir.
Creo que es hora de partir, de crecer, de mirar y experimentar, de reconocer y apreciar lo que realmente hay que apreciar y valorar.
Adiós, madre, cuidate y trata de no extrañarme. Y si es así, mira todas las noches la luna a las 9 en punto, que yo también lo haré, desde donde esté y así no nos extrañaremos tanto.
Un abrazo gigante, un dulce chocolate y un te quiero son necesarios para que veas cuanto te aprecio, y para que veas que volveré... es una promesa.

04.09.08

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