martes, 21 de julio de 2009

Ella y El

EL - y asi cuando te vayas, me ire con vos
ELLA - y entonces vamonos juntos.
EL - ¿a donde?
ELLA - a donde sea, pero juntos, quiero irme con vos al espacio
a donde sea que podamos mirarnos
tan profundamente como el universo
y decirnos cosas sin decir
y besarnos sin parar
y poder tocar tu piel tan tersa
que nunca me canse de hacerlo
y poder olerte tan cerca
que me haga flotar
y volar
y no volver.
EL - todo eso?
ELLA - sí, todo eso y más.
siento que mis manos van muy lentas a todo el sentimiento que me inunda el cuerpo, con sólo pernsarte una vez.
EL - es mucho.
ELLA - y falta, y no te sorprendas, porque el amor es tan infinito como tus pupilas. y ese amor es el que siento yo por vos, como todo lo demás.
EL - tengo miedo.
ELLA - iré con vos de la mano. lentos, deleitándonos en cada paso que crezcamos juntos.
EL - tengo miedo.
ELLA - puedo besarte?
EL - tu boca va perfectamente con la mía.
ELLA - hace mucho que te busco. te quiero.
EL - yo también, pero tengo miedo.
ELLA - entonces tengamos miedo los dos.

...te quiero.

Antígona Vélez

LISANDRO. —Estabas demasiado seria cuando me abrazaste. Yo volvía deshecho y alegre, con el olor del potro en las manos, en la boca, en el pelo. Y me abrazaste, y supe que ya no eras mi hermana, sino algo que duele más.
ANTÍGONA. —¡Lisandro!
LISANDRO. —Y también lo supiste, Antígona, cuando lavaste mis dedos heridos en las riendas, y me los besaste llorando.
ANTÍGONA. —¡Tenían el sabor de tu sangre!
LISANDRO. —Yo te besé los ojos, y tenían el sabor de tus lágrimas.
ANTÍGONA. —Entonces nos miramos como si recién nos conociéramos.
LISANDRO. —Nos conocíamos recién.
ANTÍGONA. —¡En tu sangre!
LISANDRO. —¡Y en tus lágrimas!
ANTÍGONA. —¡Pobre amor, nacido en cuna tan triste!
LISANDRO. —¡No era pobre, Antígona!
ANTÍGONA. —Si no lo fue, ¿por qué sentimos luego tanta vergüenza?
LISANDRO. —¿Vergüenza?
ANTÍGONA. —Como si nos hubieran desnudado a tirones, allá, en el aljibe. ¡Y con tanto sol arriba!
LISANDRO. —Estábamos frente a frente.
ANTÍGONA. —Pero tus ojos y los míos ya no se buscaban.
LISANDRO. —Y entonces hablaste, la primera.
ANTÍGONA. —¡Tenía que hablar!
LISANDRO. —¿Por qué?
ANTÍGONA. —Porque nuestros ojos andaban con miedo.
LISANDRO. —¿Y qué me dijiste?
ANTÍGONA. —Que habías palidecido junto al potro.
LISANDRO. —¡Era mentira!
ANTÍGONA. —¿Quién lo niega? Pero algo había que decir y pelear.
LISANDRO. —¿Una guerra?
ANTÍGONA. —Sí, para disimular aquella otra que no se animaban a pelear nuestros ojos.
LISANDRO. (La mira como iluminado.) —¡Mujer!
ANTÍGONA. (Sencillamente.) —Eso.
LISANDRO. —Y me dijiste que tuve miedo junto al doradillo.
ANTÍGONA. —¡Y te pusiste furioso!
LISANDRO. —Entonces comenzaste a reír, y me dolió.
ANTÍGONA. —Yo buscaba una guerra.
LISANDRO. —¿La de los labios o la otra?
ANTÍGONA. —¡Era la misma!
LISANDRO. —Y te fuiste riendo.
ANTÍGONA. —¡Para que me siguieras!
LISANDRO. —Te alcancé junto a los álamos, y te sacudí por los hombros, y ya no reías.
ANTÍGONA. —Y como estábamos en guerra, me abrazaste. ¡El sol arriba estaba como loco!
LISANDRO. —¡Y te besé!